sábado, 25 de septiembre de 2010

Pregón 2010


Pueblo de Campillos Sierra, amigos y amigas:

Cuando éramos niños, la mayoría de nosotros creíamos en los héroes: la gente de mi generación, por ejemplo, creíamos en Viriato, en el Cid Campeador, en Agustina de Aragón, e incluso, porque así nos lo enseñaba entonces la enciclopedia Álvarez, en Guzmán el Bueno (aquel que lanzaba su puñal para que mataran a su propio hijo) y en el General Moscardó, que por lo visto hizo algo similar.

A mí me parecía entonces que todos estos personajes, modelos de esfuerzo y entrega a una causa, cada uno a su manera, se habían cargado el mundo a sus espaldas, y nos habían sacado a todos los demás las castañas del fuego. Con los años uno empieza a observar las cosas con sus propios ojos, a no creerse la mitad de lo que nos cuentan y, no sabría deciros si por suerte o por desgracia, nos volvemos resabiados, y nos quedamos en el centro de la plaza, como las vacas viejas, a verlas venir.

Yo no sé si es la mejor de las actitudes pero es una forma de supervivencia, una manera de estar en un mundo tan mentiroso como el nuestro sin que le tomen a uno el pelo constantemente.

El Cid Campeador fue sin duda un guerrero hábil y valiente, pero también un hombre poderoso, con muchos vasallos a su servicio, que no tuvo grandes problemas en hacer de mercenario de vez en cuando guerreando para el mejor postor, fuese árabe o cristiano, exactamente lo mismo que ocurre ahora, día tras día, en la política y en la guerra.


No quiero aburriros destripando uno por uno a los personajes que he mencionado hace un momento, pero sí os diré algo: a los héroes y a los villanos los pone delante de nuestros ojos la propaganda organizada desde el poder porque le interesa resaltar unos valores determinados, aquellos que garantizan su permanencia, y ocultar otros, los que van en contra de su supervivencia. Y otra cosa, los héroes son casi siempre gente poderosa que no actúan exactamente por amor la humanidad, sino persiguiendo la fama y el poder, y con muchas personas a su disposición para hacer los trabajos invisibles.

Pero yo no quiero hablaros hoy de estos héroes impuestos, sino precisamente de los que hicieron los trabajos invisibles más importantes y necesarios de los últimos 70 años, que son, desde mi punto de vista, los verdaderos héroes de nuestra historia reciente.

Me refiero a la generación de nuestros padres o de vuestros abuelos, si sois más jóvenes que yo (cosa que va siendo cada vez más fácil), algunos de los cuales están hoy aquí en esta plaza tan querida, otros, los más tímidos, ocultos en sus casas, porque el jaleo, la aglomeración, les parece ya un exceso de exhibicionismo, y otros, para tristeza de todos, se han ido ya al país donde hay calma y silencio. Todos ellos, hombres y mujeres anónimos nacidos mayoritariamente en los alrededores de la guerra civil, sin tener culpa ni parte, se encontraron, cuando todavía les estaban creciendo los dientes, con la ingente tarea de apuntalar las ruinas y levantar un país despedazado, hundido en la miseria y en el hambre.

Y lo hicisteis vosotros, no los suplantadores del escaparate televisivo y de la propaganda política que no se cansaron ni se cansarán nunca de ponerse medallas, sino vosotros y vosotras, los héroes invisibles, procedentes de la pobreza y del sufrimiento, de la incultura y del trabajo. Y con vuestro esfuerzo inmenso y silencioso, a base de años, y sudor, y dolor de huesos, encorvados sobre la tierra o sobre el lavadero municipal, con un arado, una azada, un morral, una corvella, una gaveta o un cántaro en vuestras manos, sin otro impulso que el instinto de supervivencia y la confianza en la vida y en el futuro, sin más recompensa que el sentimiento del trabajo bien hecho, construisteis un lugar habitable y digno, donde pudimos crecer, con muchos menos apuros, nosotros, que somos vuestros hijos, y nuestros hijos que son vuestros nietos. Y yo creo que si no entendemos esto, si nosotros, y nuestros hijos y nuestros nietos no tenemos en cuenta el ejemplo de vuestras vidas, si no ponemos dentro de nuestro corazón al niño que fuisteis, y que con 12 o 14 años unce los mulos en cualquier paraje de este pueblo, y labra y quizás llora en soledad porque no puede cargar él solo el arado, o a la niña que se levanta con el sol y cuida las ovejas hasta el atardecer, y las encierra, y vuelve sola hasta el pueblo por las sendas umbrías de sus 14 años, y que luego será nuestra madre, nuestras madres inmensas, portadoras del sufrimiento y del amor, si no dejamos que estas figuras, de una potencia moral extraordinaria, cuajen en nuestro corazón y trabajen en él como las semillas bajo la tierra, para que germine cuando sea preciso, la confianza en la vida y en el esfuerzo personal que vosotros representáis, difícilmente podremos saber quiénes somos, hacia dónde vamos y de dónde venimos.

Por eso, antes de que en esta plaza suene la música y comience la fiesta, en nombre de la Comisión de este 2010 a la que tengo el privilegio de representar, quiero deciros: gracias por el ejemplo de vuestra vida, gracias por vuestra capacidad de trabajo y de sufrimiento, gracias por vuestro cansancio sin pagar, gracias por vuestra humildad y por vuestra sencillez, y gracias por enseñarnos que, lejos de esa búsqueda frenética de la intensidad y la acumulación y el beneficio fácil que proclaman hoy los nuevos charlatanes del goce, no hay mayor recompensa que la que procede del esfuerzo personal, y que la felicidad y la alegría pueden encontrarse más fácilmente en un sencillo sentimiento de gratitud por los regalos de la existencia.


VA POR USTEDES

Jose Antonio Jiménez Navarro